
Publicado en El Nacional 25/02/2009
Hablando de tendencias irreversibles, si hay alguna clara en los más recientes estudios de opinión llevados a cabo en Venezuela es el rechazo de los jóvenes al modelo del socialismo autoritario. El porcentaje de quienes se expresan de este modo entre los muchachos de 14 a 18 años –en espera de su primer voto- y los menores de 30 supera el 70%. Allí está el futuro. Más aún con las demostraciones que ya han dado de claridad de objetivos, voluntad de participación y capacidad de organización.
La aparición de nuevos liderazgos representa el mayor motivo de esperanza para Venezuela y su democracia. La presencia de una juventud que reclama sus espacios de participación y que aporta no sólo su entusiasmo sino una renovada visión de la política, tiene por fuerza que animar el diálogo y el debate ciudadano en torno al gran tema de la construcción del país, trascendiendo un acto electoral y sentando las bases para merecer el apoyo popular y asegurar la gobernabilidad y la eficiencia, instrumentos para generar desarrollo con equidad.
Los liderazgos ahora en promesa, sin embargo, sólo pueden volverse una realidad tras un serio proceso de formación y maduración. Los jóvenes lo saben. Y lo sabrán mejor a medida que examinen las experiencias de éxito o de frustración de las generaciones anteriores. La dimensión de su tarea futura es la medida de su responsabilidad presente. La trascendencia de la misión que tendrán en sus manos no puede, en consecuencia, ser puesta en riesgo por la improvisación, la urgencia o la petulancia.
Llamados a renovar los contenidos del discurso político y las formas de la política, su formación toca el mundo de las ideas y los valores democráticos, de la ética y los derechos humanos, del liderazgo como responsabilidad y como ejercicio. De ellos se espera esa nueva visión que supere el viejo antagonismo entre igualdad y libertad. Contra las desviaciones que se alimentan de esta aparente incompatibilidad, ellos sabrán encontrar el camino que armonice justicia social con libertad, sin sacrificar ninguna en función de la otra. Para ellos está claro, desde luego, que es imposible construir sin libertad, que su futuro está ligado necesariamente a la idea de libertad. La historia de América Latina muestra repetidamente la tendencia de los pueblos a desencantarse de los modelos inspirados en una visión excluyente de igualdad o libertad, pero la tendencia irreversible, y en Venezuela de maneja ejemplar, es hacia la libertad.
Llamados a gobernar con eficiencia, a los aspirantes a líderes les corresponde ocuparse de su formación humana y profesional: economía, políticas públicas, administración, gerencia y, sobre todo, conocimiento del país, de su historia, de de su gente, de sus problemas reales, a través del contacto directo con las comunidades, de la participación en su vida diaria, en sus aspiraciones e iniciativas. Este es el punto que determinará finalmente su capacidad de liderazgo: la cercanía a la gente, afectiva y efectiva, en conocimiento, sentimiento y acción, en el reconocimiento de sus potencialidades y de sus formas de organización. Hoy más que nunca se vuelve imperiosa la formación de los líderes en gerencia comunitaria eficiente, en una forma de relación que restituya a las personas y a las comunidades el sentido de dignidad, de independencia, de libertad, de esperanza.
Conscientes de su responsabilidad en la construcción de su propio futuro, les corresponde a los jóvenes ocuparse de su formación, y a las generaciones que les precedieron alentar y orientar un proceso llamado a consolidar esa única tendencia realmente irreversible, la tendencia a la libertad con justicia social.
La aparición de nuevos liderazgos representa el mayor motivo de esperanza para Venezuela y su democracia. La presencia de una juventud que reclama sus espacios de participación y que aporta no sólo su entusiasmo sino una renovada visión de la política, tiene por fuerza que animar el diálogo y el debate ciudadano en torno al gran tema de la construcción del país, trascendiendo un acto electoral y sentando las bases para merecer el apoyo popular y asegurar la gobernabilidad y la eficiencia, instrumentos para generar desarrollo con equidad.
Los liderazgos ahora en promesa, sin embargo, sólo pueden volverse una realidad tras un serio proceso de formación y maduración. Los jóvenes lo saben. Y lo sabrán mejor a medida que examinen las experiencias de éxito o de frustración de las generaciones anteriores. La dimensión de su tarea futura es la medida de su responsabilidad presente. La trascendencia de la misión que tendrán en sus manos no puede, en consecuencia, ser puesta en riesgo por la improvisación, la urgencia o la petulancia.
Llamados a renovar los contenidos del discurso político y las formas de la política, su formación toca el mundo de las ideas y los valores democráticos, de la ética y los derechos humanos, del liderazgo como responsabilidad y como ejercicio. De ellos se espera esa nueva visión que supere el viejo antagonismo entre igualdad y libertad. Contra las desviaciones que se alimentan de esta aparente incompatibilidad, ellos sabrán encontrar el camino que armonice justicia social con libertad, sin sacrificar ninguna en función de la otra. Para ellos está claro, desde luego, que es imposible construir sin libertad, que su futuro está ligado necesariamente a la idea de libertad. La historia de América Latina muestra repetidamente la tendencia de los pueblos a desencantarse de los modelos inspirados en una visión excluyente de igualdad o libertad, pero la tendencia irreversible, y en Venezuela de maneja ejemplar, es hacia la libertad.
Llamados a gobernar con eficiencia, a los aspirantes a líderes les corresponde ocuparse de su formación humana y profesional: economía, políticas públicas, administración, gerencia y, sobre todo, conocimiento del país, de su historia, de de su gente, de sus problemas reales, a través del contacto directo con las comunidades, de la participación en su vida diaria, en sus aspiraciones e iniciativas. Este es el punto que determinará finalmente su capacidad de liderazgo: la cercanía a la gente, afectiva y efectiva, en conocimiento, sentimiento y acción, en el reconocimiento de sus potencialidades y de sus formas de organización. Hoy más que nunca se vuelve imperiosa la formación de los líderes en gerencia comunitaria eficiente, en una forma de relación que restituya a las personas y a las comunidades el sentido de dignidad, de independencia, de libertad, de esperanza.
Conscientes de su responsabilidad en la construcción de su propio futuro, les corresponde a los jóvenes ocuparse de su formación, y a las generaciones que les precedieron alentar y orientar un proceso llamado a consolidar esa única tendencia realmente irreversible, la tendencia a la libertad con justicia social.